Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

jueves, 26 de septiembre de 2013

ROCÍO FRANCO, Ecatepec, México


Desmembramiento XII
 
Para Guillermo Fernández...
que fue asesinado el 29 de marzo de 2012.
 
Para todas las víctimas, porque aquí
no caben sus nombres.
 
 
Busqué en mi colección de recuerdos tu mejor sonrisa. La imprimí una y
dos y tres y mil y cien mil veces. La pegué en una calle, en dos, en
tres mil calles. Dudé una, dos y tres veces, y tú no llegabas. Marqué
tu número, una, dos y tres veces, y esperé cien y quinientas y mil
veces que sonará el teléfono y que fueras tú. Marqué el número de
aquél y de aquélla, el de él y el de ella, nadie sabía de ti. Toqué a
la puerta, pero nadie tenía la llave.
        Vi tu rostro. Lo vi una, dos y tres y mil veces. Lo dejé en
una, dos, en todas las calles que pude, en las que caminé todos los
días, en las que no conocía, en las que nadie transita, en las que
todos andamos, para saber si alguien sabía. Intenté dormir, supe
entonces cómo carcome el virus del insomnio. Abrí los ojos para querer
abrirlos más. Y poder reconocerlos, saber su nombre, describir sus
rostros. Abrí los ojos para adentro para reconocerte, para no
olvidarte. Para no confundirme. Pasar y repasar, como un perro que se
busca la cola, ouroboros de la zozobra.
         Y te pensé. Te pensé dándole de comer al gato. Te escuché
cantar "Amor perdido". Te vi abriendo la puerta de tu madriguera,
mientras decías "¿Qué te tomas, maestrita?". Recordé tu mirada de
incendio, tu mirada atrozmente viva, tu frío en el Xinantécatl.
Recordé de golpe todas las lecciones de italiano aprendidas y
olvidadas, todas las eternas veladas escuchando a Mahler, mientras
alzabas los brazos y tarareabas como un Glenn Gould sin piano.
         Te busqué en todos los sitios conocidos, volví a preguntar
con los otros. Te llamé una, dos, tres, cien mil veces desde mi
alarido de ausencia. Desde mi desamparo de huérfana. Te esperé. Esperé
que llamaras, esperé tu carcajada socarrona. Pero sólo la zozobra me
golpea en la cara.
         Pregunté donde te conocían, quise buscarte en todos los
lugares en que habías estado, pero tu vida estaba tan viva que llegaba
desde Toluca hasta Florencia, pasando por Estambul y Nueva Zelandia.
Escuché a Jim Morrison, a Chavela, a Tracy y a Mahler, con
insistencia, imaginando mensajes ocultos.
         Las vecinas dijeron, pero no dijeron nada. Que si a las 11,
que si a las 4, que si a las 7, que estuvo él, que estuvieron ellos,
que fueron los otros. Que en la mesa del centro dos caballitos y un
cenicero. Las colillas como únicos testigos del desplome de tu sangre.
         Te busqué, pero jamás volví a verte. Los busqué a ellos o
ellas o los que hayan sido, pero nadie sabe nada, nadie quiere mirar,
nadie quiere decir; es peor aún... nadie quiere gritar, nadie quiere
decir ¡BASTA, BASTA YA!
No hay nada que pueda hacer para que me vuelva el sueño, la
tranquilidad. Sólo pienso en la carne y su brutal estremecimiento. En
tu carne, tu carne sonriente, tu carne que amó y odió de igual modo,
desde la vida. Tu carne estremecida por la sorpresa. Nuestra carne
estremecida por la noticia. Nuestros estremecimientos distantes sin
poder abrazarnos. Yo al menos te encontré ahí, exangüe, pero no me
imagino, nunca alcanzaré a saber lo que sienten ellos, todos a quienes
les fue arrebatado alguien, sin saber su paradero, vivo o muerto,
llagado, calcinado, aniquilado, destruido, vejado, silenciado,
maniatado, torturado, desollado, violado, descalabrado, enmudecido,
transfigurado, desangrado, carcomido, adolorido, desesperanzado,
brutal y terriblemente estremecido...
Hay preguntas tan amargas como la inquina que ahora me habita el
pecho, la maledicencia que me mancha la boca hasta la garganta para
maldecir a aquellos, los sin nombre, los sin rostro, los sin cárcel,
los que todos los días se ponen la mejor de sus armas para salir a
comerciar sus manos asquerosamente hábiles para la muerte y la
desgracia, sus manos que dejan huérfanos, sus manos de envilecimiento
y pus, sus manos con mierda donde hubo un corazón, sus manos repletas
de posibilidades para el estupro y el descarnizamiento. ¿Quiénes son
ellos? ¿Quién paga? ¿Por qué?
Pagas tú, y pago yo, y paga él, y pagan todos aquellos que guardan
silencio, que se comen las palabras, que ahogan los recuerdos y los
datos y las descripciones, que se enfundan las llamadas en el más
remoto de sus misterios, en lo más putrefacto de su olvido. Somos
todos. Todos culpables por sentarnos a esperar la muerte y las
vísceras, y los sesos revueltos entre mareas de vómitos y balas, y
navajas filosísimas y mujeres con bikinis. Esperamos los titulares de
la mañana en los que distinguimos las grandes tetas hartas de
silicones y prostitución y los enormes culos de la distracción. Todos
seguimos esperando aquí, mientras llueve y se nos enferma la ternura
como duraznos pestilentes.
Yo sigo preguntando, quiero saber en dónde estás, a dónde te llevaron,
a dónde se fue tu voz de poeta cuando te golpearon para matarte.
Guillermo Fernández ahora sólo eres una entrada en la Wikipedia con la
etiqueta "escritores asesinados" y me dueles. Me dueles en mi oído
seco que no escucha más tu carcajada. Me dueles a las seis de la
mañana, mientras voy ebria de vuelta a casa y veo a los corredores que
tanta risa nos daban. Me dueles como una pregunta infinita, como un
exutorio que no supura, como la resaca desalmada del tequila, como la
sonrisa de mi hijo que nunca viste. Me dueles como el ajo chillando
entre el aceite para hacer el pesto, como todos los poemas que José
Carlos jamás escribió. Guillermo Fernández, me dueles, me sigues
doliendo, y no sé dónde buscar tus versos, no sé en qué música
consolarme, no sé cómo llenar este vacío envenenado que me habita
desde el centro.
En mi vocabulario mutilado está borrada la respuesta
por qué
por qué
por qué

No hay comentarios:

Publicar un comentario