Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

jueves, 19 de septiembre de 2013

JOSÉ M. PARAPO, Córdoba


Otra frontera

Vistas desde el cielo, allí donde dicen que un hombre nos observa, Juárez y El Paso forman una ciudad sin pausa. En esas latitudes, el Río Bravo que las separa ya ha perdido parte de su caudal, que casi desaparecerá en verano. Este trozo de frontera lleva más de un siglo supurando. Era un camino de ida y vuelta, de cuatreros que escapaban de las leyes estadounidenses y de temporeros mexicanos que soñaban con una vida mejor. Pero hoy el camino está cerrado. Juárez/El Paso es, de hecho, el peor sitio que puede elegir un espalda mojada para intentar el asalto al sueño americano. A los estadounidenses, por su lado, no se les ha perdido nada en Juárez. Fumar un poco de marihuana y “encuerarse” con alguna señorrita en la ciudad vecina bien podría valerles un tiro en la cabeza. Esta percepción, quizás excesiva para un extranjero, se revela como inexorable para los orgullosos habitantes de la ciudad más segura de Estados Unidos, El Paso, Texas. Desde el cielo, forma con Juárez una misma mancha de cemento, pero bien claro está que a ras de suelo las cosas son distintas.

El hombre que, dicen algunos, nos observa desde el cielo, no sabe nada de todo esto. Le queda demasiado lejos. Desde allí todos los hombres y mujeres de la tierra no son ni hormigas, tan solo olas, ligeras ondulaciones que nacen y mueren sin control. Qué diferencia podría suponer un río, o una verja de acero.

Lo que tiene claro Isabelita es que el hombre que nos observa es, de hecho, un hombre. Es imposible que sea una mujer. Incluso Isabelita sabe eso, ella que ha logrado cruzar la frontera, que se ha colocado del lado de los que sobreviven. Pero la frontera que ha cruzado Isabelita no es precisamente la del Río Grande, y la tiene grabada a cuchillo en su rostro.

¡Ay, Isabelita, éstas ya lo vieron todo!”. Isabelita la güera es, por naturaleza y circunstancias, un juguete. Su piel es blanca donde toda piel es trigueña. Sus pezones rosados y los dientes blancos eran otra cosa, otro mundo, una especialidad que a la larga salvó su vida. Ni siquiera fue una decisión suya, nunca pudo serlo. Pasó de niña a mujer en una noche, sin ella pedirlo, y de víctima a verdugo en un día. A fuerza de estar con ellos, a Isabelita le dieron la opción de funcionar como contacto, como cara amable y voz femenina, tranquilizadora. Cruzó la frontera y se sentó junto a los hombres. No era la única allí, pero se sentía sola.

Llévalas”. Así de sencillo se condena a muerte a tres mujeres gastadas. Lo que necesitaban de ellas ya lo tienen. Vieron mucho, hicieron su parte y es hora de que dejen paso a la savia nueva. Isabelita gestionará el viaje. No es difícil: Ciudad Juárez está lleno de casones vacíos.

Como los Judenrat, los consejos judíos que enviaban a miles a Auschwitz a cambio de un puñado de salvoconductos, Isabelita está obligada a la traición. La lleva con soltura, sin preocuparse demasiado. Si la otra opción es la muerte, todo está justificado. La historia necesita de estos engranajes a contrapelo, de crueles regulaciones, e Isabelita asume su papel de forma vacua. Ella es, qué duda cabe, otra víctima. Además, se repite a sí misma a veces (cada vez más a menudo), ella nunca ha matado a nadie.

Esta semana han sido solo tres las que lo vieron todo. Será fácil encontrarles un sitio. Una de ellas ha bromeado con la cicatriz de Isabelita, que enseguida le ha tomado odio. También las personas como Isabelita pueden odiar, e incluso disfrutar de su triste destino. Los malos sentimientos no son un lujo exclusivo de las personas buenas.

En el cielo, el hombre que observa está durmiendo. Son las cuatro de la mañana y Juárez/El Paso comienza a despertar. El Río Bravo, por una vez digno de tal nombre (el fin de semana fue tempestuoso), riega los márgenes, inconsciente de estar marcando la línea que separa el sueño y la sombra.

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