Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

jueves, 26 de septiembre de 2013

ERIKA CHAIDEZ, Ecatepec, México


La zona está caliente
 
El paraje solitario remite su voz quebrada, consumida en la penumbra,
sus gemidos se dispersan para ser mudos, perdidos entre los mezquites
y huizaches. En sus ojos que nadie puede ver, hay impotencia, solo
eso, por su mente pasan ideas como relámpagos, relumbrando por
momentos los sentidos, ideas que no llegan a nada concreto. ¿Cómo
lograr que los dejen en libertad? Mientras, es sometida, sin oponer
ninguna clase de resistencia, sino ha sido todo, podría pensarse,
consensuado.
Cuando se vio en la disyuntiva de morir o utilizar la inteligencia; de
aterrarse y dejar que eso carcomiera sus instintos de supervivencia,
supo que debía hacer algo, eso le quedó claro, los sucesos podrían dar
un ligero giro si permitía a su orgullo ceder ante lo inminente.
Después del cachazo en la quijada decidió tratarlo con aparente
sensualidad, para así suavizar la agresividad que permanecía latente
en cada poro de la piel del sicario, contaminada por algún enervante
catalizado en sus pupilas dilatadas. Su cuerpo fue testigo de que no
percibía las señales que podrían mandarse a alguna parte importante
del cerebro, los muros se levantaban a cada momento cuando las
sensaciones espeluznantes querían entrar a su estado consciente. Sólo
la sangre agolpada en las sienes, retumbando en el cráneo, que parecía
expandirse y contraerse a una velocidad que iba en aumento.
Le cimbró hasta los intestinos la agresividad con que continuaba
penetrando su cuerpo, porque es a su cuerpo completo a merced del
miedo, la retrae de los pensamientos con los que se evadía del
instante catastrófico. Se acuerda de Dios, -¡Dios ayúdame! ¡Ayuda a mi
hijo! ¡Ayúdanos a todos!-, se escapa hacía lo divino, hacía lo único
que puede salvarlos de la extinción, un milagro.
En sus ojos de frente al infinito no está la luna reflejada, ni su
alma, ha huido hacia la inocente faz de su hijo de tres años, quien
llora en los brazos de un sicario.
Quien pregunta entre sollozos y suspiros,
- ¿Eres sicayo? Sí. Tu mamá ahorita viene, no llores, ¿tienes una
pistolla? si, ¿me la enseñas? si mira. La ve, en su rostro muestra
admiración, ¡ahhhh!, ¿y nos vas a matai? ¿Vas a matai a mi mamá? y
sigue llorando.
Primero las balaceras que nos hacían destantearnos, hasta el intento,
aun estando dentro de las paredes de nuestras casas; de tirarnos al
piso, después los toques de queda. Casi nos acostumbramos, y digo casi
porque siempre será así, y siempre nos quedamos en ese "casi". Porque
la verdad que castra, es que nos volvemos parte del entorno, nos vamos
mimetizando con los sonidos estrepitosos de la noche, después a todas
horas y en todos los sentidos orientativos. Como los camaleones, nos
pintamos con el color del ambiente, que a veces es de rojo sangre,
para continuar con la rutina, aparentando que nada pasa. Y sin querer
un día ya estamos curtidos, pero aun así, siempre pensamos que todo es
externo.
Porque no empatamos con ellos, nunca concebimos tomar un arma, ni para
defendernos. Es como tener un chip distinto instalado, una
programación diferente dentro de los grupos de gentes. Porque ellos no
provienen de nuestro núcleo, porque no los comprendemos, porque no nos
metemos con ellos, y en consecuencia, creemos estúpidamente que no se
meterán con nosotros, que crueldad de pensamiento irónico. Y creemos
después, en las palabras costumbristas nacidas de la ignorancia,
"mientras no te metas con ellos no te pasa nada". Nada más alejado de
la nueva realidad cultural impregnada de premisas del pasado.
Hasta los delincuentes se han transformado, todo empeora bajo la lupa
de la sociedad o mejora con el tiempo, pero nada queda estático, mucho
menos las formas de delinquir, hasta la conciencia ha tenido una
regresión significativa, entonces ¿Por qué los llamados "narcos" no?
Antes los gomeros no se metían con los ciudadanos, mucho menos con los
plebes (los niños), ni con las mujeres, había una conciencia que
imponía algo de respeto. Ahora ni raíces tienen, parecen haber nacido
de las piedras, de esas, que cuando mueves, salen en vez de alacranes
y coralillos, sombras negras del infierno, surgidas de los desposeídos
del alma.
Los pedruscos le comienzan a taladrar los huesos de la espalda, en los
discos de la columna vertebral se le clavan insistentes, lo disimula,
aun así sonríe con una mueca falsa ante los ojos del maldito, quien
termina su obscena obra. El  cuerpo se le fundió con la tierra seca y
se volvió cenizas.
Con voz melosa le preguntó,
-       Oye mijo, ¿te gustó?, yo sé que sí, te dije que no te ibas a
arrepentir, y ya ves, hice lo que me pediste.
La cara se le trasformó en una compunción, las líneas del rostro se
marcaron de tal forma que la oscuridad lo transfiguró entre las
sombras, brillaron los destellos de sus ojos líquidos prodigados a lo
largo y ancho de las mejillas, sorbiendo con los labios lo que sobraba
de llanto enmudecido.
-       Por favor no nos hagas nada, déjanos ir, no tenemos nada, ya te
diste cuenta, no los vayas a matar, esto lo hice por ti, y hago lo que
quieras, por favor, te lo suplico, diles a tus compañeros que no les
hagan nada.
Aquel maldito embrutecido por la adrenalina, se quedó callado, con la
mirada hueca, quien sabe que fregados pasaba por su mente. Si es que
tienen pensamientos como nosotros. Tal vez, es una nueva especie que
vino a destruirnos, de la que no se sabe nada y nunca se ha analizado
hasta ahora. Tal vez sus genes fueron recogidos de la atmosfera
viciada, mezclada con elementos químicos, prodigados por el hombre
mismo. Ahora que narra su historia, Cristina piensa en todo esto, que
no pudo pensar en cuatro horas que fueron su juicio final.
-       Mi ex marido se fue, ya hacía muchos meses, me dejó sólo el pinche
carrazo, un avenger, podría presumirse que todavía olía a ese aroma
rico, a plástico nuevo, pero sin ningún peso en mi bolsa de piel fina,
que ya comenzaba a descarapelarse. Yo siendo abogada me dedicaba a
litigar sin apuros de dinero, porque él me mantenía.
Nunca ha habido trabajo decente en Los Mochis, (se refiere con decente
a la buena paga), ahora menos, vamos ni siquiera hay trabajo, ahora
sólo le quedaba ir al Cereso a buscar a los clientes para litigar. Le
pagaban cuando podían, cuanto podían y con lo que podían, al ver la
situación desventajosa, comenzó a aceptar cosas que la familia de los
reos le ofrecía.
-       Por favor licenciada, agárrelo, no tenemos dinero, pero le doy un
cochi, cómaselo en una fiesta.
Hasta un carro viejo o un terreno en el último ejido, pero dinero
poco, y con tres hijos no había manera de aguantar.
-       Busqué empleo, Dios sabe cuánto tiempo anduve intentando, ya no
tenía para la gasolina, ya no tenía para pagar la mensualidad de la
casa, con la que me dejó embarcada el cabrón de mi ex marido.
Después conoció al Macario en una disco, más joven que ella pero medio
bruto, estudiaba la universidad y era originario de un poblado cerca
de El Fuerte, donde comienza la montañosa sierra madre. Luego conoció
a la familia de él, quienes iban a visitarlo. Un día la tía y el
hermano fueron a verla porque necesitaban que los llevara a su casa,
por una emergencia.
Tuvo un mal presentimiento y no se sentía con ánimos para hacerlo,
pero el Macario se lo pidió y finalmente accedió a llevarlos, ya era
tarde y comenzaba a caer la noche.
Se llevó a su hijo pequeño, ya que tendría que regresar al día
siguiente. En el camino el hermano del Macario iba haciendo
comentarios sobre la situación peligrosa en esa parte de la carretera.
Ya comenzaban las montañas a ensombrecer la llanura, donde abundaban
matorrales robustos y los cactus raleaban, pero no dejaba de ser
tierra seca y pedregosa, había mucha maleza, que podría, en dado caso
ocultar cualquier tipo de alimaña que se apostara por el camino.
-       Aquí la zona está caliente, dijo el hermano pendejete del Macario,
era más joven que él.
De golpe se le aceleró el corazón para voltear bruscamente la cara
hacía el asiento trasero,
- ¿por qué dices eso?, le preguntó,
- pues porque dicen que aquí te levantan en el camino.
No terminó de decir la última palabra, cuando los rebasaron tres
carros negros, y en un movimiento violento se les cerraron al frente.
El Macario, que iba al volante frenó intempestivamente, en la mente de
Cristina solo pasó la idea de huir, y de lo más profundo de sus
entrañas salió un grito desesperado  ¡daleeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
Pero el Macario no movió ni un musculo siquiera, ni el de los
parpados, que mantenía fijos con la mirada tiesa, se había paralizado
del pánico, el muy hijo de la chingada, tan machito que se veía, y que
presumía ser, siempre hablaba de armas y de su padre, que era policía.
Todos se quedaron mudos por instantes, suficientes para que ocho
hombres bajaran presurosamente de los carros y los encañonaran con
escuadras y cuernos de chivo, forcejearon con las puertas para
abrirlas, uno bajó al Macario y se lo llevó, dos sujetos entraron al
auto por la parte delantera, uno tomó el volante, el otro la empujó
hacia dentro, otros dos por las puertas traseras, apachurrándolos, en
segundos todos emprendieron la marcha. Cristina no quitaba la vista
del tipo en el volante, tenía el rostro que caracteriza a todos esos
delincuentes, duro como un poste de concreto. El niño comenzó a llorar
porque lo estaban aplastando.
-       ¡Calla a ese niño! gritó uno, - ¡y cómo quieres que se calle si lo
estás apachurrando¡ - ¡cállate tú también!
Cristina ya no se percató hacía donde se dirigían, pero tomaron un
camino de terracería y se internaron en el como unos doscientos
metros. Todo parecía un caos, los tipos gritando y amenazando, el niño
llorando, los de atrás, al igual que el Macario no pronunciaron
palabra alguna en todo el trayecto.
Fue un camino largo hacía el infortunio, el que en últimas fechas se
había burlado de Cristina, cada día, todos los días, pero este fue el
acabose de los días desafortunados. Ya no había vuelta atrás, el
pensar porqué vine, porqué les hice caso, por qué no escuche a mi
sexto sentido, no había más porqués para reprocharse. No sintió miedo,
ese miedo que tal vez fue el que paralizó a todos los que iban con
ella, pensaba, veía al niño que lloraba, lo miraba y lo abrazaba, pero
ya no escuchaba los gritos, su pensamiento opacaba cualquier sonido,
el niño, el niño.
Se detuvieron, dejaron la luz encendida de un carro, ahora venía
seguramente lo peor, con la mirada buscó algo más que no fueran
arbustos, árboles, y piedras, no había nada, la noche había llegado
con la obscuridad que martiriza, que ciega, que todo lo muestra
tétrico y hasta alucinante. Los bajaron a empujones. Ella estaba
enardecida por la impotencia, encolerizada.
- ¡No me jalen!
- ¡A dónde me llevan!
Gritó tratando de zafarse de las garras que la sostenían de los brazos.
-       ¡Hínquense ahí y agachen la cabeza y no levanten la vista!, ¡al que
veamos que nos voltea a ver se lo lleva la chingada! "
Uno la señaló y le dijo, - tú, ven conmigo-, la subió al avenger y se
la llevó perdiéndose en la garganta hambrienta de la noche.
Durante el trayecto, ya dentro del carro, de su propio carro, el
"sicario" fue tratando de intimidar a Cristina, pidiéndole dinero, lo
que tuviera.
-       ¡A mí no me vas a hacer pendejo, tú tienes dinero!
Ella le insistió hasta el cansancio que todas sus posesiones
económicas eran los doscientos pesos que cargaba consigo, el
delincuente se paró de sopetón y le dijo,
-       ¡Ya me harté, hasta aquí llegaste, te voy a matar!
Se bajó del auto y le puso la pistola en la cabeza, ella brava de
carácter, en un arranque de furia y valentía le gritó a la cara que la
matara en ese instante, si lo iba a hacer que lo hiciera ya, se quedó
mirándola con odio. Cómo una mujer podía enfrentarlo de esa manera,
sin miedo; entonces levantó el brazo y con toda la vida que arroja la
prepotencia le dio con la cacha de la pistola en la cara, aventándola
a la tierra polvorienta y desencajándole la quijada. Se sobó la cara y
después le dijo, quítate la ropa.
El sometimiento del hombre hacia la mujer es una especie de control
social. La violencia ejercida sobre su cuerpo, por medio de los
golpes, la humillación gratuita y la violación, constituyen
"recordatorios" directos de la jerarquía de poder que, desde la casa,
pasando por la comunidad, hasta el propio estado pesa sobre ella. Es
machismo crudo y excesivo que va en aumento, tal vez porque sienten
que cada vez más, los hombres van perdiendo la batalla, perdiendo su
poder.
El sicario por fin habló, le dijo a Cristina que los dejaría ir. Los
dejaron botados en las afueras de un rancho, a las tres de la mañana,
le regresó sus doscientos pesos y se llevó el avenger dorado, nadie
quiso ayudarlos a esas horas, se quedaron tirados en la tierra llana,
que los acogió como dándoles consuelo en esa noche callada.
Permanecieron en silencio, hasta que tomaron el autobús por la mañana
de regreso a Los Mochis.
Un mes después encontraron el avenger, que ahora era de un color negro
opacado y sin placas, lleno de agujeros, con varios sicarios
ejecutados afuera y el resto adentro, salió en el periódico "El
Debate". 4 de julio de 2011.

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