Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

jueves, 27 de septiembre de 2012

ANGELA HERNÁNDEZ, República Dominicana


Amada y amante:
Danza ardorosa

Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. (…). Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. Carson McCullers. La balada del café triste.


La amada admira la piel bruñida del amante, la barba en cierne que la hace evocar la inquietud de la hiedra. En sus sienes, el resplandor levísimo de un potrillo indomable. El amante percibe y saborea en ese pensamiento galopante, una música, amarga y dulce y única, como si deglutiera el futuro de ambos.

El amante se precipita en el silencio de la amada. Se exaspera en los pensamientos de la amada. Difieren de los suyos, difieren de las otras. Como sobre un lomo, adosa su espalda al ritmo moroso de la amada mientras ella contempla un horizonte de edificios recortados a contraluz, semejantes a una ciudadela de firmes recuerdos. El amante lanza miradas suspicaces al gato que ronronea en el regazo de la amada. Codicia su placer elástico y libre. El amante tiembla cuando la amada nada en las aguas tibias del mar y en sus labios mojados espejea el azul, como sobre una superficie de sangre fresca. El amante procura un mercado de flores, que son como un retrato de su conciencia inutilizada, flores que desprenden un olor mortal, flores del color del tiempo oscilante en el desfiladero del tiempo. Qué fue. Qué sería. Qué sucederá.

El amante ansía echar raíces aéreas en el sueño de la amada, librarse del estupor de su propia sombra; quemada y blanda como girón arrancado al largo insomnio. El amante mira sus alas diminutas, sus alas atrofiadas, en los ojos extraños de su amada. A veces, ansía que la amada ya sea anciana. Que sea casi invisible; una mariapalito o un coral gris. El amante está persuadido de que la amada lee con claridad sus reflejos. Y se propone taladrar el muro de silencio que encubre sus designios. La amada es nube alta. El amante, lluvia torrencial. Los pájaros perforan suavemente la nube y se resguardan en el granero de su boca. Los pájaros enseñan a sus pichones a volar, lanzándose desde la oreja de la amada. La amada lo es todo en la tormenta del amante.
El amante observa con fijeza los granizos. En sus ojos hay un coágulo de cosas, una aceptación mortecina. En los ojos de la amante la espera es solo resina endurecida. 
 
Entre el amante y la amada, sopla un viento caprichoso. Deja al desnudo algo vivo; una daga en el piso de la hoguera. 
 
En el claro del bosque, cae una gruesa gota de ternura y la luz amarilla de la noche se apresura a cubrirla. En las ramas de los árboles, los pájaros cierran sus redondos ojillos y se apoyan en una pata para dormir. La amada se suspende en estas imágenes sencillas, mientras el amante la rodea con sus ojos y ella rodea al mundo con los suyos y ambos son arropados por la luz amarilla de la noche. Pero el amante esconde una emoción, parecida a un águila mojada, mirando desde un alto risco después de sacrificar a una de sus crías. La amada, supone él, debería descubrir por sí sola el rumor tan antiguo en su sangre, su hambre que se confunde con su cuerpo. Sus mejillas enrojecen. Las mejillas de la amada han acaparado rocío. El amante sonríe y por sus poros sale una humedad pretérita y blancuzca. La amada sonríe y por sus poros brota un fuego atávico. Agua y fuego oscilan lentamente en las pupilas y en los labios. En un instante, manzana de oro, nube roja, valle de suspiros.

El amante ambiciona convertirse en amado y que la amada se transforme en amante. Desea que en la corriente de intercambio se desgranen y revuelvan los misterios de dolor y gozo que comportan sus cuerpos. El amante, cauteloso, permanece alerta a los sueños que tras los párpados de la amada se insinúan en esporádicos y arrítmicos movimientos; en jadeos supersónicos. El amante planea que sus amigos descubran rendición en la amada. Mas prefiere que ella oculte el nacimiento de sus senos y el calor que emite su cabeza mientras vierte whisky en la copa de los invitados. Prefiere que la amante en presencia de los otros, se repliegue para, luego, explayársele a solas. Pero se mortifica, porque su deseo también se alimenta del apetito insatisfecho de los otros.

Nada tortura tanto al amante como la risa sin objeto de la amada, la frase susurrada al teléfono, el encuentro de unos lirios frescos sobre la mesa. La amada dice que los ha comprado en la mañana. La amada explica que platicaba con su amiga. La amada responde antes de ser interpelada. La amada nunca será directamente interpelada. El amante se aferra a una huidiza delicadeza. Se agarra a la tabla de la dignidad, pero sus ojos le traicionan, pero el palpitar de sus sienes le desnuda. La amada calibra la mirada que a un descuido moldearía su ánimo. La amada habla de la poda de los coralillos, de la energía disipada en los procesos mentales. Un hilo de sudor gélido nace en las sienes del amante y corre por sus mejillas. 
 
La amada sabe que sus días están contados. El amante ansía absorber a la amada. Ella interroga al mundo, él interroga las fantasías que flotan como brillantes pajas en sus pupilas dilatadas. Las pupilas de la amada y las del amante siempre permanecen dilatándose o contrayéndose.
Las pupilas del amante y las pupilas de la amada son negras, como barrios agitados en vísperas de revuelta. Los huesos del amante son pulposos. La lengua de la amada es pulposa. La amada reserva un semillero en su ombligo. Los huesos del amante son espejos de los huesos de la amada. En el cuerpo de la amada llueve de improviso. En el cuerpo del amante el sol quema.
El amante teme a los sesgos y a las metáforas más que a las víboras. En un momento, el amante se dice que el furor que le domina no es más que amor en negativo, que la muerte podría ser vida. La amada se dice que su propósito es retornarle al amante su alma en fuga. El amante observa con recelo la flor púrpura en los cabellos de la amada. En el acto, imagina una flor de saliva, una flor comestible, erguida en la punta de su lengua. Por la cabeza del amante pasa una imagen: la lengua de la amada es una planta carnívora. El amante observa de reojo el gato ronroneando en el regazo de la amada. Su alma aúlla y canta con desenfreno.

La amada está consciente de que sus días están contados. La amada amará más tiempo, más hondo, que el amante. La amada ya antes ha sido amante

El amante le dice: Consiente que acampe a tu lado. La amada no responde.


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